20100617

La Roja: el uso y el abuso

Junio 16 de 2010, triunfo histórico de la roja en Sudáfrica. Hace exactamente cuarenta y ocho años, desde Junio 16 de 1962, Chile no ganaba un partido en un Mundial de Futbol. Se esperaron doce para volver a pisar suelo mundialista y hace más de uno que en esta larga y delgada franja de tierra no se viste de otro color que no sea el de La Roja de Todos.

La esperanza mundialista ha despertado en millones de chilenos eso que todo gobierno quisiera conseguir: la unión del país. Y es que cuando se trata de demostrar que se puede ser los mejores, no cabe duda, en que sea lo que sea eso en lo que se destaque, hay que apoyar. Más aún si hablamos de la pasión de multitudes, ese deporte que agrupa a grandes y chicos, a hombres y mujeres, a enfermos y sanos, a colegiales y universitarios, a abuelitos y nietos, en fin que es capaz que con cada gol se grite y se abrace hasta al peor enemigo; porque cuando de celebrar se trata el chileno no arruga. Compra su pasaje en avión al continente olvidado y se va con lo puesto a gritar en la barra más comprometida del mundo.

Y aquí es donde todos se suben al carro de la victoria. El señor político lo ocupa en su discurso de campaña, el señor vendedor pone a la selección de icono en su spot, el señor senador lo ocupa como excusa para generar una ley con un feriado, los señores dirigentes se sienten geniales por haber escogido al mejor técnico, pero el merito es de los seleccionados y son ellos los protagonistas de la historia. A ellos se les amará luego de que ganen o se les odiará cuando hagan perder al país.

Es extraño todo lo que pasa en la sociedad con este fenómeno del balompié, es una fiebre que viene cada cuatro años y que no siempre se tiene la suerte de ser contagiado. Así que cuando se es felizmente infectado por esta locura, lo que menos se hace es poner paños fríos, sólo se quiere estar más y más involucrados y, por Dios que todos sueñan con traerse la copa a casa. En verdad ¿quién no querría eso?

El sentimiento nacionalista que se produce, a veces, llega a dar miedo. Hace que se esté a un paso de la xenofobia y esos hinchas, que más que fanáticos son religiosos, son capaces de todo. Entonces, cabe la duda de hasta dónde es bueno tanto patriotismo, hasta dónde es sano que todos los discursos terminen con un ce hache i y hasta dónde se es capaz de llegar por apoyar un deporte que es sólo un ¡deporte!

Lo peor es darse cuenta que este amor por el país se da sólo en este punto. Cuando se trata de cosas serias, esas donde el destino de la nación está en juego, parece que este Chile en vías de desarrollo sólo tuviera dos millones de habitantes. Y que esas miles de bocinas que suenan junto con el grito del gol en el estadio, desaparecieran y los jaguares de Latinoamérica fueran un pueblo fantasma. Donde esos pocos que siguen vivos, los mismos de siempre, siguen decidiendo cosas tan importantes como: cuál de los señores candidatos, comprometidos con este Chile futbolero, se parará en el escenario a lanzar chistes por los próximos cuatro años.

El futbol tiene de dulce y agraz, no cabe duda. Hace aparecer lo bueno, lo malo y lo feo del sistema que gobierna. Agranda el ego de toda una nación, que se cree con las agallas de humillar a otra. Así como muestra, además, que sólo cuando conviene se es un solo espíritu nacional, sólo cuando no es fome hacer el trámite y prender el televisor se hace más fácil, sólo ahí se recuerda el sentimiento de ser chileno y no cuando las urnas hacen su llamado a cumplir el deber/derecho que proporciona la democracia, ese de elegir a quienes pondrán mano dura con la delincuencia o quienes darán el más suculento bono para apalear los tan molestos gastos de Marzo.

(comentario del mundial para Redacción.Paf)